USA – WASHINGTON – 24.09.2015
Visita al centro caritativo y encuentro con los sintecho
Parroquia de San Patricio
Queridos amigos:
La primera palabra que quiero decirles es gracias. Gracias por recibirme y por el esfuerzo que han hecho para que este encuentro pueda realizarse.
AquiÌ recuerdo a una persona que quiero, que es y ha sido muy importante a lo largo de mi vida. Ha sido sosteÌn y fuente de inspiracioÌn. Es a quien recurro cuando estoy medio «apretado». Ustedes me recuerdan a san JoseÌ. Sus rostros me hablan del suyo.
En la vida de JoseÌ hubo situaciones difiÌciles de enfrentar. Una de ellas fue cuando MariÌa estaba por dar a luz, por tener a JesuÌs. Dice la Biblia: «Estaban en BeleÌn, le llegoÌ a MariÌa el tiempo de dar a luz. Y alliÌ nacioÌ su hijo primogeÌnito, y lo envolvioÌ en pañales y lo acostoÌ en el establo, porque no habiÌa alojamiento para ellos» (Lc 2,6-7). La Biblia es muy clara: «No habiÌa alojamiento para ellos». Me imagino a JoseÌ, con su esposa a punto de tener a su hijo, sin un techo, sin casa, sin alojamiento. El Hijo de Dios entroÌ en este mundo como uno que no tiene casa. El hijo de Dios entró como un homeless. El Hijo de Dios supo lo que es comenzar la vida sin un techo. Imaginemos las preguntas de JoseÌ en ese momento: ¿CoÌmo el Hijo de Dios no tiene un techo para vivir? ¿Por queÌ estamos sin hogar, por queÌ estamos sin un techo? Son preguntas que muchos de ustedes pueden hacerse a diario. Y se las hacen. Al igual que JoseÌ se cuestionan: ¿Por queÌ estamos sin un techo, sin un hogar? A los que tenemos techo y hogar son preguntas que nos haraÌ bien hacernos también: ¿Por queÌ estos hermanos nuestros estaÌn sin hogar, por queÌ estos hermanos nuestros no tienen un techo?
Las preguntas de JoseÌ siguen presentes hoy, acompañando a todos los que a lo largo de la historia han vivido y estaÌn sin un hogar.
JoseÌ era un hombre que se hizo preguntas pero, sobre todo, era un hombre de fe. Fue la fe la que le permitioÌ a JoseÌ poder encontrar luz en ese momento que pareciÌa todo a oscuras; fue la fe la que lo sostuvo en las dificultades de su vida. Por la fe, JoseÌ supo salir adelante cuando todo pareciÌa detenerse.
Ante situaciones injustas, dolorosas, la fe nos aporta esa luz que disipa la oscuridad. Al igual que a JoseÌ, la fe nos abre a la presencia silenciosa de Dios en toda vida, en toda persona, en toda situacioÌn. EÌl estaÌ presente en cada uno de ustedes, en cada uno de nosotros.
Quiero ser muy claro. No hay ninguÌn tipo de justificacioÌn social, moral o del tipo que sea para aceptar la falta de alojamiento. Son situaciones injustas, pero sabemos que Dios estaÌ sufrieÌndolas con nosotros, estaÌ vivieÌndolas a nuestro lado. No nos deja solos.
Sabemos que JesuÌs no solo ha querido solidarizarse con cada persona, no solo quiso que nadie sienta o viva la falta de su compañiÌa, de su auxilio, de su amor. EÌl mismo se ha identificado con todos aquellos que sufren, que lloran, que padecen alguna injusticia. EÌl nos lo dice claramente: «Tuve hambre, y me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; anduve como forastero y me dieron alojamiento» (Mt 25,35).
Es la fe la que nos hace saber que Dios estaÌ con ustedes, Dios estaÌ en medio nuestro y su presencia nos moviliza a la caridad. Esa caridad que nace de la llamada de un Dios que sigue golpeando nuestra puerta, la puerta de todos para invitarnos al amor, a la compasioÌn, a la entrega de unos por otros.
JesuÌs sigue golpeando nuestras puertas, nuestra vida. No lo hace maÌgicamente, no lo hace con artilugios, con carteles luminosos o fuegos artificiales. JesuÌs sigue golpeando nuestra puerta en el rostro del hermano, en el rostro del vecino, en el rostro del que estaÌ a nuestro lado.
Queridos amigos, uno de los modos maÌs eficaces de ayuda que tenemos lo encontramos en la oracioÌn. La oracioÌn nos une, nos hermana, nos abre el corazoÌn y nos recuerda una verdad hermosa que a veces olvidamos. En la oracioÌn, todos aprendemos a decir Padre, papaÌ, y en ella nos encontramos como hermanos. En la oracioÌn, no hay ricos y pobres, hay hijos y hermanos. En la oracioÌn no hay personas de primera o de segunda, hay fraternidad.
Es en la oracioÌn donde nuestro corazoÌn encuentra la fuerza para no volverse insensible, friÌo ante las situaciones de injusticia. En la oracioÌn, Dios nos sigue llamando y levantando a la caridad.
QueÌ bien nos hace rezar juntos, queÌ bien nos hace encontrarnos en ese espacio donde nos miramos como hermanos y nos reconocemos los unos necesitados del apoyo de los otros. Hoy quiero rezar con ustedes, quiero unirme a ustedes porque necesito su apoyo, su cercaniÌa. Quiero invitarlos a rezar juntos, los unos por los otros, los unos con los otros. AsiÌ podremos continuar con este sosteÌn que nos ayuda a vivir la alegriÌa de saber que JesuÌs siempre estaÌ en medio nuestro. Que Jesús nos ayude a solucionar las injusticias que Él conoció primero. La de no tener casa ¿Se animan a rezar juntos?
Yo empiezo en castellano y ustedes siguen en inglés
Padre nuestro que estaÌs en el cielo…
Antes de irme, me gustariÌa darles la bendicioÌn de Dios:
Que el Señor los bendiga y los proteja;
que el Señor los mire con agrado y les muestre su bondad;
que el Señor los mire con amor y les conceda su paz (Nm 6, 24-26).    Â
Y no se olviden de rezar por miÌ.